Nota

Un afecto casi inherente a la aparición del concepto es la sorpresa. La Idea o la Naturaleza, sobresalto del renacimiento que parte de la fuerza gramatical de la disyunción. Pocas veces los conceptos en filosofía llegan a ser menos que inconcebibles. Así, el asombro que constituye el primer momento de la intuición filosófica ya no rodea al ser de las cosas tanto como a sus conceptos. Cuando Deleuze introduce un concepto de repetición que sólo puede ser sostenido por algo muy cercano a su antítesis, es decir, el desplazamiento de una diferencia, cambia de inmediato las coordenadas de la referencia, la designación, la percepción. Ya que en conjunto, todos adquirirán funciones de abstracción. Al desmarcar el territorio de la repetición, anclada en lo Mismo, y el de la diferencia, sugerida siempre a la sombra de la Identidad, para reunirlas en su mutua desprotección, se desarma un mecanismo de significación dócil. Se ensambla una explosividad conceptual. La repetición es diferencia. El asombro es el afecto del concepto, pero posterior a él.

Los textos aquí reunidos operan como utopía de cuerda de ese erotismo del concepto. No ya como representación, sino como desencuadre en sentido fotográfico, como presencia del borde y potencial de desplazamiento. Desde la refundación de una univocidad del deseo, a la paradoja geológica y las prácticas de intensidad. Sobrevuelos al plano de inmanencia. Un relieve siempre problemático si se planea por aire, cerca de la superficie. Hay una serie de problemas a la deriva. Se pueden enumerar algunos en breve: a) el devenir se axiomatiza en el deseo; b) la (in)existencia de la vida supera su improbabilidad geológica; c) el gasto en el consumo inhibe las intensidades. Y si los reunimos se puede reconstruir la seria postura de Deleuze respecto a la contemplación. "El lirio del campo, por su mera existencia, canta la gloria de los cielos, de las diosas y de los dioses, es decir, de los elementos que contempla, contrayéndose" (Diferencia y repetición). La constitución de un cuerpo y la conducción de su deseo se dan por contemplación, lo único que fatiga es exagerar en la contemplación. La actividad es un mero pasaje. Si hay axioma del anhelo, superación vital e intensidad drenada, es en esta ambigüedad de un deseo satisfecho en contemplación permanente, sin carencia, que configura el axioma, contrae la materia hacia la vida, y que al drenarse fuga sus fatigas. La contemplación misma ya es un problema desenvolviéndose.

¿Porqué marcar, entonces, paradojas en el concepto? Heiner Müller pone la ironía en situación, en la medida en que "el problema, en realidad, es que hay muchas soluciones y muy pocos problemas". Deleuze pone otra condición: se trata de establecer los problemas que rebasan las posibilidades de reducirse a una solución o un calco. Los problemas no tienen justo medio, si su solución los borra se han planteado por defecto, si prevalecen, por exceso. La pregunta y el problema se vuelven una especie de afuera radical en lo infinito, espiral de la autoconsciencia circular. La aventura, de nuevo, del asombro en el concepto, es "la intimidad con el afuera sin lugar y sin reposo" de Blanchot, "la pérdida de la morada."

En otra instancia, varios textos advierten acerca de un orden crítico de captura que se propone mantener separadas la obra de Deleuze de la de Guattari y viceversa. Bloqueando así el despliegue de ciertos conceptos. En algunos casos intentado injustificadamente inaugurar en esa brecha, un platonismo. Temen la monstruosidad de un "Gualez" con aspecto político, que recorre mil mesetas a pleno día. Lo cierto es que esos agenciamientos de enunciación nada tienen que ver con "autores mutantes" o algo por el estilo, sino con la conjunción "y", que mantiene a la vez la tensión de una colectividad con su heterogeneidad intrínseca.

Ilya Semo